2023: Eso que llamamos puerto

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ESO QUE LLAMAMOS PUERTO DE PUCALLPA

Basura, bullicio, desorden en el precario puerto de Pucallpa, frente al Reloj Público, debajo del malecón Grau, frente a un río cada vez con menos agua que, según algunas predicciones desviaría su curso, ante la mirada huidiza de las autoridades.

Aun así, todavía un buen número de embarcaciones realizan operaciones de embarque y desembarque en la orilla fangosa del río. Las naves vienen de diferentes caseríos y traen o llevan pasajeros y carga. No hay siquiera un pequeño embarcadero. Las naves o se acercan mucho a la orilla o tienen que poner tablones para sus operaciones.

La plaza del Reloj Público ha reducido su espacio cercado por negros plásticos que, supuestamente, protegen una remodelación que nadie supo explicar.

A lo largo de un muro cada vez más deteriorado que sirve de asiento para los que buscan sombra debajo de algunos árboles, se han establecido tatuadores, vendedores de medicinas, de linternas, hasta de relojes, mientras los ambulantes ofrecen desde comida en bolsas hasta tajadas de frutas y “curichis” de aguaje.

Los serenos, en lugar de mantener el orden, parecen más interesados en las mujeres que se sientan con sus carteras y maquillaje pronunciado. En algunas zonas, tirados en el suelo, hay gente que duerme su ebriedad. Nadie les dice nada.

Los estibadores, desde temprano, corren de un lado a otro buscando clientes para ofrecer sus servicios. No es todo el día. Solo temprano y al atardecer.

Desde que tenía 17 años, Carlos Ahuanari Paima trabaja en el precario puerto. A sus 54 años, este estibador experimentado ha enfrentado diversos desafíos en su vida, pero uno de los más significativos fue vencer una enfermedad que, en un principio, fue malinterpretada por sus colegas y amigos. Pensaba que tenía la TBC (Tuberculosis). «Estaba bien flaquito me decían el covid», recordó Carlos.

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«No la vi fácil, pero no me rendí», comentó. Durante nueve largos meses, combinó un estricto régimen de dieta basada en plantas medicinales y tratamientos médicos, en busca de una recuperación plena. Finalmente, asegura haberse curado y ahora se siente sano y lleno de vitalidad.

En la actualidad, es uno de los tantos estibadores que aguardan con esperanza cada día en el puerto, deseando conseguir clientes que soliciten sus servicios de carga. «Hay días difíciles, pero siempre mantengo la esperanza de conseguir un cliente que requiera mis servicios. Necesito llevar comida a mi familia, y trabajar en el puerto es lo que mejor sé hacer», expresó Carlos. 

Con melancolía recordó que, en los años 80 y 90, el puerto estaba lleno de vida y actividad. Los barcos llegaban y partían constantemente, y la pesca era abundante. «Era un bullicio de personas y mercancías. Extraño esos tiempos», dice con un brillo melancólico en sus ojos. Sin embargo, no se deja vencer por el pasado y se enfoca en el presente, en los desafíos actuales y en mantener vivo el espíritu del puerto. “Esto ya no es el puerto de antes”, concluyó.

NEGOCIO TURÍSTICO

Tiago M (así le gusta que le llamen), de porte delgado, hablar pausado, cabello donde asoma el gris de los años, dice que hasta hace dos años trabajaba como guía turístico en el lago Yarinacocha, pero como no había muchos ingresos, se vino a orillas del río Ucayali.

“Aquí hago paseos en mi bote, con todos los implementos de seguridad. Cobro 30 soles por una vuelta por arriba y por abajo. En el día más bajo, hago dos vueltas. Pero he tenido días en que hice 7 viajes. Al principio éramos tres, ahora somos unos 10 que damos este servicio. Los visitantes nos preguntan ¿Cuándo arreglarán su malecón? Sólo sonreímos para ocultar nuestra vergüenza”.

Agrega que, si mejorasen el malecón, podrían tener más trabajo, porque el río, para los visitantes, es un gran atractivo, “pero las autoridades –dice– parece que son de otro mundo, no entienden al río ni a su gente”.

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EL RÍO VA A CAMBIAR

A orillas del río Ucayali, un veterano botero de apellidos Vásquez Fasabi, frente al precario puerto de Pucallpa, donde trabaja 24 años de su vida mira con ojos de preocupación y nostalgia al río que lo ha sostenido durante tantas décadas. «El río va a cambiar su ruta muy pronto», advirtió con voz apesadumbrada. «En unos años, va a quedar seco, y no habrá más puerto de Pucallpa» predijo, con un velo de tristeza en los ojos.

Desde su juventud, ha presenciado la vitalidad del río y la abundante vegetación que alguna vez lo rodeaba. «Antes podíamos disfrutar de más animales y la naturaleza estaba en todo su esplendor», añoró. Sin embargo, el paso de los años ha sido implacable, y la creciente intervención humana ha dejado una huella devastadora en la región.

¿EL CUENTO DEL PUERTO?

Vásquez Fasabi dice: «La construcción del puerto de Pucallpa es un cuento más de los políticos». Se indigna y luego con un tono de decepción, agrega: «Promesas vacías que solo benefician a unos pocos y que, al final, destruyen el entorno natural y la forma de vida de los lugareños».

Sin embargo, según información oficial, el Ministerio de Transporte y Comunicaciones (MTC) ha iniciado (una vez más) los estudios preliminares durante este 2023 para construir el puerto que Pucallpa demanda hace años.

El presupuesto asignado para la construcción del puerto requeriría un monto de 54 millones 959 720 dólares. Según las proyecciones del MTC, el año 2024 se convocaría la formulación del expediente técnico, con la intención de avanzar hacia su ejecución.

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EL RÍO SE ALEJARÁ

Un informe de la Marina de Guerra del Perú presenta un pronóstico preocupante: el comportamiento del río Ucayali no augura nada bueno, se alejará dos kilómetros de la ciudad en el futuro cercano. Este pronóstico no habría sido tomado en cuenta por el MTC y plantea un desafío significativo para el proyecto ¿Cómo construir un puerto sin el acceso directo y cercano al río?

Además, el perfil técnico proyecta una baja cantidad de vehículos fluviales para ser atendidos en el puerto, lo que abre interrogantes sobre la viabilidad y la rentabilidad de la obra.

«El tiempo corre en nuestra contra», dijo Vásquez Fasabi. «Espero que no sea demasiado tarde y que podamos encontrar una solución para salvar nuestro querido puerto de Pucallpa».

Los que viven y trabajan en el puerto, están seguros que va a ocurrir lo que dicen los viejos estibadores y también la Marina de Guerra: el río tiende a irse a otro lado. Respiran una atmósfera de desesperanza porque, pareciera que las autoridades locales y regionales, no le dan importancia.

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TIERRA DE NADIE

Jorge Barrantes, un motocarrista con más de 40 años de experiencia en el lugar, afirma con crudeza:

«En este puerto hay más rateros y prostitutas, está descuidado, no hay control de las autoridades». Según él, la delincuencia ha tomado el control, ahuyentando a los visitantes y afectando gravemente la economía local. Incluso el cierre de tres cuadras del jirón 9 de Diciembre, una medida aparentemente destinada a prevenir la delincuencia, parece haber sido en vano, ya que los problemas persisten.

Jorge, con voz cansada, asegura que ha sido testigo de cómo el puerto ha ido cayendo en el abandono a lo largo de las décadas. A pesar de su perseverancia como motocarrista, no logra ver mejoras significativas en el lugar.

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“Las autoridades parecen haber dado la espalda a este rincón de la ciudad” Jorge se siente impotente y quiere ser una voz que sea escuchada por aquellos que podrían generar un cambio positivo. Desesperanzado afirma que eso no sucederá. “En este pueblo hay mucha insensibilidad”.

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