Virgilio lo escuchó toda su vida, eso de que el primer amor nunca se olvida se lo repitieron hasta el hartazgo. A sus 27 años pensaba que talvez nunca se había enamorado.
Una noche de domingo vio a Berenice, una muchacha que había sido su vecina toda la vida, pero que se mudó a estudiar a la gran ciudad hace algunos meses.
Berenice iba caminando, justo frente a la casa de Virgilio, extrañamente él sintió por ella algo que nunca había sentido, fue como amor a primera vista.
Ese flechazo instantáneo, del que todos hablaban hirió esta vez el corazón de ambos porque cuando hubo descendido, ella estaba allí, esperándolo.
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Virgilio se le acercó, la saludó cortésmente, aunque nervioso. Ella sonrió con timidez, y respondió a su saludo moviendo la cabeza.
-Me duelen mucho las piernas- le dijo ella.
A Virgilio no le salían las palabras, acto seguido la muchacha le pidió que la deje descansar en su casa. Virgilio encontrándose sólo, pero sintiendo aquella intensa emoción por ella, aceptó.
-Toma mi mano- le dijo la muchacha muy nerviosa. Virgilio notó que la mano estaba demasiado fría, y un poco flácida, quizá producto de la lluvia, pensó. Además, en su cabello pudo ver hojas de árbol y algo de tierra.
Atento el joven, le ofreció algo de beber. Fue a la cocina. Pero cuando volvió, ella no estaba. Recorrió toda la casa buscándola, pero no la encontró.
Al asomarse a su balcón, allí estaba, montada en el barandal, a tres pisos de distancia del suelo. Cuando Virgilio intentó tomarla de sus ropas la muchacha saltó de cabeza. Se escuchó un golpe seco, sin eco, que retumbó en sus oídos.
Al llegar al primer piso de la casa descubrió con horror que la muchacha estaba aún en el mueble, sentada.
-Ya no quiero más agua- dijo ella.
Y Virgilio espantado huyó hacia afuera de la casa. Afuera todo se veía demasiado oscuro. En el camino vio a Berenice, caminando hacia la casa de sus padres. Su silueta de hizo cada vez más pequeña, hasta las sombras la tragaron.
Media hora después su madre y su padre llegaron. Ambos muy tristes.
-Berenice, la hija de Don Apolonio ha muerto- le dijo su madre.
-Yo, yo la, la, acabo de ver- respondió Virgilio, sin que su madre pudiese entender sus palabras entrecortadas.
– No hijo- dijo su madre- venía en su auto a visitar a sus padres. Cayó desde el puente al río. La encontraron con los pulmones llenos de agua y con su cabello sucio, pobrecita.
VLADIMIR A.R.