La Sachamama

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Cuenta la leyenda que la Sachamama posee un gran poder de atracción que, juntamente con la capacidad de hipnotizar con sus enormes ojos brillantes, hacen que cualquier criatura viva que pase en frente de ella caiga en su encantamiento, y voluntariamente, ingrese a la oscuridad de sus fauces que siempre están abiertas.

Un día, uno de estos cazadores se adentró en la selva en busca de una buena caza, pero parecía que la suerte no estaba de su lado, pues ya llevaba una semana y no había conseguido cazar absolutamente nada.

Descontento por su suerte, se apuró en buscar un refugio entre los árboles y en la oscuridad a causa de la lluvia, hasta que encontró un viejo árbol caído de gran tamaño, cubierto de musgo, que atravesaba de palmo a palmo su ruta.

La experiencia del cazador le hizo saber que aquél era el lugar perfecto para levantar un tambo o choza temporal, hecha de ramas y hojas anchas, para protegerse de la precipitación, que ya era todo un aguacero.

Cuando terminó de construir el lugar provisional, acomodó sus cosas y clavó el machete en el árbol caído, pero entonces un inesperado temblor remeció la selva, desarmando el tambo y haciendo que todo se cayera al suelo.

Primero empezó mirando distraído los dos extremos del tronco que se perdían en la espesura, pues quería saber que tan grande era el largo del árbol, ya que su diámetro le parecía extremadamente grande.

Así que lo recorrió y al llegar al final, la cara desencajada del cazador, pensarían que su fin se hallaba cerca.

Y es que colinas de huesos se levantaban por doquier en un claro gigante de la selva. Los huesos más recientes eran los que se encontraban cerca al cazador, mientras que los más lejanos podrían compararse a fósiles muy antiguos ennegrecidos por el tiempo.

Sacando un cálculo aproximado, pensó que era un árbol de unos 60 metros de longitud, con un diámetro que se hacía cada vez más grande conforme avanzaba en la dirección opuesta.

De repente, al llegar casi al final del otro lado del árbol, una nueva distracción ocupó su mente.

Era un venado que estaba en un claro, justo donde terminaba la base del tronco.

Aun apuntándole con la escopeta, el desconcierto se hizo todavía mayor cuando el venado se dirigió hacia él cambiando de dirección unos pasos antes para ir directo a la base del árbol, hasta desaparecer de la vista del cazador.

De pronto, una sombra de miedo creció dentro de él, haciéndose cada segundo más grande conforme las ideas anteriores volvían a ocupar su lugar, y también la letal curiosidad había vuelto.

En sólo un segundo supo que de cualquier lugar en el mundo estaba en el peor, cuando reconoció una gigantesca cabeza de serpiente con la mandíbula abierta, unos ojos que soltaban un brillo frío, unos cuernos pequeños en su cabeza sobre los ojos, que según los conocedores les crece a algunas serpientes cuando alcanzan la vejez, haciendo que la vista se vuelva irreal y demoniaca.

Y es que cualquier animal u hombre que, por ignorancia o descuido pasara por su delante, sería caso perdido, pues habría caído en el campo imantado de la Sachamama, atraído por sus encantos hacia su poderosa mandíbula, para luego ser triturado y tragado.

Es así como, lo más rápido que pudo, retrocedió y en estado de shock se dirigió a su refugio, cogió sus cojas y caminando como un autómata se dirigió camino a su pueblo.

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